Si
yo fuera Rajoy, no me fiaría de quienes a diario tengo al lado. Y menos aún de
aquéllos que más me doren la píldora. No me fiaría de ningún ministro del
gabinete. O de casi ninguno. Por no fiarme, no me fiaría ni de mi mismo. En
política más que en ningún otro ámbito de la actividad humana, probablemente,
se prodiga mucho lo de la puñalada trapera. El peor enemigo de nuestro actual presidente
del gobierno no es el PSOE. Ni IU ni ningún otro grupo de la oposición. Tampoco
Cayo Lara, Artur Mas o Rubalcaba, por citar a algunos de los rivales que más
podrían provocarle dolores de cabeza. Ni siquiera Bárcenas. ¿Quién lo diría? Su peor enemigo es la señora Doña
Esperanza Aguirre, que clama al cielo todos los días, por la mañana, por la
tarde y por las noches también, para quitarse de en medio a don Mariano y
postularse a fin de sustituirlo al frente de los populares, en tanto Aznar le
ayuda en lo que puede.
Sus
ambiciones no se vieron colmadas siendo presidenta de la Comunidad de Madrid y
parece que la ocasión se la pintan calva. Después de todo, las desavenencias
entre ambos vienen de lejos. Desde antes de aquel decimosexto congreso nacional
celebrado en Valencia. ¿Quién sabe? Lo mismo lo del accidente en el helicóptero
que ambos sufrieron fue todo un montaje para darle al hombre un susto de
muerte. ¡Y digo que si se lo dieron! Normalmente, el peligro dentro de la casa
de uno suele ser más de temer que el peligro que pueda acechar fuera. Frente al
de la calle toma uno sus precauciones, pero bajo tu techo lo habitual es que te
pille desprevenido. Eso sí, a menos que se sea algo así como un Salman Rushdie
o un capo de la Cosa Nostra arrepentido y hayan puesto precio a tu cabeza hasta
los tuyos.
No
son pocos los que, desde que se destapó el tema de los papeles del extesorero
del PP, miraron con recelo hacia la que hasta hace no mucho fuera presidenta de
Madrid. Hay quien piensa – en mi opinión, con motivos sobrados– que la señora
Aguirre es la que está detrás de este feo asuntillo. Y hay quien interpreta, además,
el abandono de su cargo al frente de la presidencia de la comunidad madrileña
dentro de ese contexto. Bien como paso previo, a iniciativa propia, dentro de
su hoja de ruta hacia el anhelado liderazgo del partido en el gobierno. O bien
porque el propio Rajoy le presionó para que se largara y ella le hizo caso,
reservándose –eso sí– su derecho a, tarde o temprano, pedirle cuentas.
Sea
o no exactamente así la cosa. Lo que nadie puede poner en duda es lo
sospechosamente animada que se le ve últimamente a la señora y cómo saca pecho
exigiendo explicaciones y responsabilidades cual si fuera la única y auténtica
adalid que combate la corrupción entre los suyos. Algo que seguro que no se
cree ni ella, por cierto. Aunque se presente ante los medios como si poco menos
que de la Inmaculada Concepción se tratara. O como si en Madrid no hubiera
habido nunca ninguna clase de chanchullo ni escándalo, la trama Gurtel no
hubiera existido y el AVE no parara en Yebes, provincia de Guadalajara.
Puede
que haya quienes lo han olvidado, pero la que ahora –haciendo honor a su
nombre– parece aspirar a convertirse en la nueva esperanza de un PP muy tocado
ya se mostró en el pasado poco escrupulosa en lo que a montar tejemanejes se
refiere. No hay más que recordar la historia del llamado “tamayazo”.
Para mí que, como Luis El Cabrón y Pedro J. sigan apretando las tuercas, en breve vamos a tener nuevo inquilino en La Moncloa. Atentos a Gallardón o a Sorayita. Si es que no hay por ahí un tapado o una tapada aguardando su turno. Y nuevo jefe –o jefa debería decir, para ser más exacto– al frente de los “peperos”.
Para mí que, como Luis El Cabrón y Pedro J. sigan apretando las tuercas, en breve vamos a tener nuevo inquilino en La Moncloa. Atentos a Gallardón o a Sorayita. Si es que no hay por ahí un tapado o una tapada aguardando su turno. Y nuevo jefe –o jefa debería decir, para ser más exacto– al frente de los “peperos”.
12 de julio de 2013
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