viernes, 13 de septiembre de 2013

El auto de la jueza Alaya · José Antonio Ortega · Andalucía Información

El auto de la jueza Alaya · José Antonio Ortega · Andalucía Información

jueves, 5 de septiembre de 2013

No a la guerra



Vuelven a oírse tambores de guerra. O, mejor dicho, vuelven a escucharse sus redobles. Porque, en realidad, desde que Adán y Eva se las vieron con Yahvé y el paraíso se nos fue al carajo, sonar lo que se dice sonar nunca han dejado de hacerlo,que yo sepa, hasta la fecha.
Redoblan –¡qué casualidad!– al son del himno de los Estados Unidos de Norteamérica. Si uno le echa un vistazo a la historia de los últimos cien años no ha habido década en la que no hayamos tenido conflicto armado en el planeta en el que no se haya implicado la que hoy es, y desde hace bastante, primera potencia del mundo. Claro que, puestos a ser exactos, guerras, lo que se dice guerras, las ha habido, como decía, desde el principio de los tiempos. Y, aunque cueste creerlo, no siempre por culpa de los americanos. Alguien escribió en cierta ocasión algo así como que la paz es un sueño, y ni siquiera bello, y la lucha entre los pueblos un eslabón en el orden del mundo de Dios en el que se desarrollan las más nobles virtudes del hombre. El tío al que se le ocurrió semejante memez era, por supuesto, un militar prusiano y leal subordinado de Adolf Hitler.
No comparto en absoluto dicha reflexión ni muchísimo menos. Es una barbaridad adornada con bonitas palabras. Pero reconozco que no iba del todo mal encaminada. Desde luego, del orden del mundo de dios no sé, pues ni siquiera lo conozco, pero del orden económico que los hombres hemos construido las guerras sí que forman parte. Para mí que son como las crisis, necesarias para la sostenibilidad de la economía, aunque de esta economía en particular concebida para el enriquecimiento de unos pocos a costa de la pobreza y la miseria de la mayoría.
El asunto de la anunciada intervención en Siria vuelve a poner de manifiesto la tantas veces denunciada hipocresía por la que se rigen las relaciones internacionales. No descubro nada nuevo al afirmar que en la citada cuestión lo que menos importa es el pueblo sirio. Lo que importa son la geoestrategia, el poder, el dinero, el control de los recursos y, bueno, darle salida a los stocks de municiones y armamentos antes de que se echen a perder, para que el negocio de la industria armamentística occidental, y de la rusa también, no se colapse. Como ya sucediera con Afganistán Libia o Irak, van a atacar un país sumido en una cruenta contienda civil desde hace dos años los mismos estados que no sólo no han movido un solo dedo para evitar que dicha contienda se recrudezca, sino más bien todo lo contrario, permitiendo la venta de armas a un bando y a otro. Todo sea por el repunte del PIB y para que las empresas del sector sigan aprovechándose de la oportunidad y haciendo su agosto.
No quiero caer en la demagogia. Es verdad que la situación que se vive en Siria es compleja y que en casos como éste nunca se sabe cómo acertar. Si Estados Unidos y la Otan intervienen, se critica. Y si no intervienen, también. Pero yo dudo mucho que se pueda hacer un favor a alguien bombardeándole su casa.
Lo que yo no entiendo es por qué, con lo listos que son los norteamericanos y los ingleses, los de la Cía y el M-16, Obama, Cameron, Hollande et al. no ordenan una operación encubierta y secreta, limpia, aséptica, rápida y de corto alcance, como ésas que se ven en las pelis bélicas y de acción, para cargarse al Bashar al-Assad y a los principales hijos de su puñetera madre que le ríen las gracias. No sé si es posible y factible. Así que lo mismo estoy diciendo una auténtica chorrada. Pero, desde luego, sería preferible a un ataque aéreo del que seguro van a ser víctimas, directa o indirectamente, otros cientos, quizá miles, de ciudadanos.