Si
alguien me pregunta qué opino acerca de que el Gobierno de la Junta de
Andalucía haya reducido la partida del presupuesto destinada a Cáritas
Parroquial en los tiempos que corren, mi respuesta no puede ser otra que la que
sigue. Me parece todo un despropósito, un craso error. O, si lo prefieren, una
grave metedura de pata.
Ahora
bien, dicho esto, la decisión de la Junta respecto a esa reducción y la
campañita que el PP andaluz se ha montado a cuenta de lo mismo merece, cuando
menos, una reflexión. Y, aunque no la merezca, yo se la dedico.
Es
verdad que la administración autonómica destinó a los programas de empleo del
citado colectivo en 2011 un millón de euros y lo que destinó a ese mismo fin en
2012 fueron tan sólo 110.000 euros. Pero también es verdad que dicha partida se
vio reducida, al igual que se han visto reducidas otras muchas, como
consecuencia de esta era de la austeridad decretada desde Bruselas y desde
Madrid –por la imperiosa necesidad de contener el déficit a toda costa– en la
que andamos sumidos.
Resulta,
no obstante, un tanto tendencioso poner de relieve ese dato –el de la reducción
de la partida destinada a Cáritas– y pasar por alto los esfuerzos que el
Gobierno de la Junta ha hecho por tocar lo mínimo la sanidad, la educación o la
ayuda a la dependencia. Así como las dos importantes iniciativas legislativas que
muy recientemente se han adoptado, tanto para frenar los desahucios como para
combatir la pobreza y la exclusión. Medida esta última a la que se destinan 120
millones de euros. Después de todo, más del 70 por ciento de los fondos de Cáritas
proceden de donativos de particulares y la aportación de la administración
autonómica andaluza, aun siendo importante, representa poco en el total de su
financiación.
No
seré yo quien reste valor a la actividad en favor de los que más lo necesitan que
desarrolla esta ONG vinculada a la Iglesia. ¡Faltaría más! Tanto que toda
cantidad que se le asigne desde el Estado y desde las CC.AA. me parecerá siempre
poca e insuficiente. Pues soy de los que piensan que los poderes públicos han
de erigirse en los principales resortes para combatir el hambre, el paro, la
miseria y trabajar por la igualdad y la cohesión. La justicia social no puede
ni debe depender única y exclusivamente de la mayor o menor generosidad de la
gente, como, en realidad, algunos que yo me sé quisieran. Ésa es la filosofía
del liberalismo y el neoliberalimo (“laissez
faire, laissez passer”), no la filosofía de la izquierda. Al menos de la
izquierda tal y como yo la entiendo. La caridad está muy bien y hay que
fomentarla. Aunque sea más útil para aliviar la conciencia del que da que la
desesperanza del que recibe. Pero no se cambia el mundo con limosnas. Al
contrario, diría que lo que se consigue es que nada cambie y que todo siga
igual.
Es
una ironía, y de muy mal gusto, que sea el PP –un partido para el que todo
gasto social es poco menos que sinónimo de despilfarro– el que salga a dar
lecciones sobre cómo han de llevarse a cabo las políticas de cooperación y solidaridad.
Como si no hubieran sido ellos los que –con razón o sin ella– más han
contribuido, y no sin entusiasmo, a los mayores recortes que hasta ahora se han
producido en Andalucía y en España.
Ya sabemos para quien suele pedir el voto en este país la Conferencia Episcopal, pero, ¡ojo!, no por ser más de derechas ni ir más a misa se es más creyente ni mejor cristiano. Aunque todavía haya quien así lo crea.
Ya sabemos para quien suele pedir el voto en este país la Conferencia Episcopal, pero, ¡ojo!, no por ser más de derechas ni ir más a misa se es más creyente ni mejor cristiano. Aunque todavía haya quien así lo crea.
7 de junio de 2013
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