En
cuanto a la trama de espionaje puesta al descubierto por Edward J. Snowden no
puedo decir sino prácticamente lo mismo que ya dije con motivo del escándalo
destapado por Julian Assange a través de Wikileaks. Nuestras autoridades –y
cuando hablo de nuestras autoridades me refiero no sólo a las españolas, sino también
a las alemanas, francesas, italianas, etcétera– quieren convencernos de que por
aquí nadie estaba al tanto del asunto. Si esto fuera verdad, cosa que dudo
mucho, una de las conclusiones que podría extraerse, y harto preocupante, por
cierto, es que la seguridad del Viejo Continente (es decir, de potencias como
Alemania, Francia, Italia, España, etc) deja mucho que desear y está en manos
de unos incompetentes.
Para
mí lo sorprendente no es que los servicios secretos de Estados Unidos, y de paso
los británicos, hayan espiado a jefes de estado, ministros y responsables
políticos de otros países, hasta los aliados. Lo auténticamente sorprendente
sería que esto nunca hubiera sucedido. Y más aún cuando, con sus filtraciones
de hace algo más de dos años, Wikileaks ya nos ponía sobre la pista.
¡Si
la afición humana al chismorreo se practica desde que el mundo es mundo! Y lo
de seguir y vigilar no sólo a enemigos, sino a amigos susceptibles de
convertirse en tales, también. Desde tiempos de los hititas. Y ello a pesar de
que los medios técnicos para esos menesteres eran por entonces muy limitados. ¡Cómo
no a día de hoy que tenemos a disposición tecnología para llevar a cabo auténticas
virguerías en ese campo!
No
creo que haya un Gran Hermano que controle nuestros movimientos, y nunca lo he
creído, pero, desde luego, sí creo, y es evidente, que hay un seguimiento cada
vez más eficiente, continuado y sistemático de una buena parte de nuestras
vidas como ciudadanos que excede lo que podría considerarse necesario, desde el
punto de vista político, social, económico y cultural, para la viabilidad de
esta civilización de la que somos miembros.
La
llamada “Guerra Fría” se quedó atrás, terminó en el último cuarto de la pasada
centuria, aunque dejó una herencia de malos hábitos -de los que parece que no
nos hemos librado ni nos libraremos nunca– y prácticas que dan miedo, si se
repara mucho en ellas.
Al
final va a resultar que, de una u otra manera, ésos a los que a veces nos
referimos en tono despectivo como “conspiranoicos” no andan muy mal
encaminados. Al menos, hemos de reconocer que motivos más que sobrados hay para
muchas de las elucubraciones y sospechas a las que suelen dar pábulo.
Ya
lo suponíamos, pero, por si lo habíamos olvidado, el tal Snowden éste ha venido
a recordárnoslo. Ni Obama, ni Merkel, ni Cameron y compañía, así como los
gobiernos que presiden, lo controlan todo. Y, probablemente, tampoco lo
controlaron todo sus antecesores en el cargo. Por encima, e incluso por debajo
de esta gente, se sitúan poderes de los estados que escapan al control de los
propios estados y actúan en la clandestinidad y con absoluta impunidad, cual
leviatanes, saltándose los más elementales principios éticos y democráticos.
No
sabemos de misa la mitad. Y, ¡ojo!, que cuando el río suena, agua lleva…
5 de julio de 2013
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