La inutilidad del ser
El
pasado domingo, viendo el programa de televisión Cuarto Milenio, me enteré de una noticia relacionada con la ciencia
que me llamó mucho la atención. Parece ser que destacados investigadores
pertenecientes al Instituto de Física Teórica de Toronto (Canadá) han realizado
un muy insólito descubrimiento. Antes del Big-bang (la gran explosión) que dio
lugar a este universo tuvo que existir otro. Pues sólo de este modo –aseguran–
se puede explicar el orden/desorden por el que se rige éste que ahora
habitamos.
Claro
que por esa misma regla de tres podríamos sospechar también que antes del
universo que precedió al actual hubo otro. Y así indefinidamente. Es decir, que
es más que probable que nunca hubiera un principio. Y, por tanto, que es
igualmente probable que jamás haya un fin. Dado que no puede haber terminación
sin comienzo y comienzo sin terminación. En definitiva, lo que más o menos venía
a sostener mi abuela hace más de 30 años. Y conste que no tenía la mujer ni la
más remota idea de conocimiento científico ni nada por el estilo.
De
ser cierto y demostrable, eso que dichos investigadores ahora afirman podría
tomarse como una prueba de que la concepción circular de la realidad y de la
vida, tan antigua casi como la propia humanidad, no estaría en absoluto mal
encaminada. Todo está hecho de la misma sustancia. No hay un punto de partida
ni de llegada. Con permiso de Einstein, más que dimensiones distintas pero
interrelacionadas de la realidad, el tiempo y el espacio constituyen una sola y
única dimensión. Nos encontramos ante “el eterno retorno de lo mismo”, que
diría Nietzsche. O, dicho en castizo, el cuento de nunca acabar.
En
contra de lo que generalmente se piensa, carece de importancia saber de dónde
venimos y hacia dónde vamos. Lo verdaderamente importante en sí es lo que
hagamos o dejemos de hacer por el camino.
No
hay un por qué ni un para qué. Es más, sería harto ridículo que los hubiera y,
lo que es peor, me temo, además, que sería decepcionante, si no deprimente. Cosa
en la que estoy prácticamente de acuerdo con Stephen Hawking, quien, por
cierto, razón sobrada tiene el hombre para estar –perdóneseme la maldad– más
que decepcionado y deprimido.
El
ser es una obra de arte en sí misma. Pero una obra de arte anónima, o, si lo
prefieren, fruto del azar, a la que tan absurdo resulta atribuirle un objetivo
como no atribuírselo.
Lo
vengo diciendo desde hace bastante. Y no es que yo sea ningún gurú, ni nada que
se le asemeje. ¡Qué más quisiera! El sentido de la existencia no es otro que la
existencia misma. El secreto –me lo repito como un mantra casi a diario–, estar
entretenido.
Entretenido,
sí, pero lo justo y necesario. La clave, eso creo, procurar causar el menor impacto ambiental
negativo a nuestro alrededor, el menor daño posible, y si es ninguno, mejor que
mejor. Por si acaso. Por si acaso hay quien nos observa… Ustedes ya me
entienden.
Visto
lo visto desde el Paleolítico, o desde mucho antes, hasta hoy, lo de que nos
amemos todos los unos a los otros como que todavía nos viene un poco largo,
aunque estamos en ello.
Con
no darle alas al mal ya hacemos bien. Por lo demás, que cada uno se lo monte
como sepa o pueda. Que es digamos lo que está haciendo un servidor al contarles
todo esto.
17 de mayo de 2013ç
Por el mar corre la liebre
Todos
nos podemos encontrar a lo largo de nuestra vida con tipos y tipas que en algún
momento hacen alarde de un mayor o menor grado de desfachatez. Nadie está libre
de ése ni de ningún otro pecado. Y un servidor puede dar fe de ello.
El
problema, no obstante, se presenta, y se agrava, cuando la desfachatez parece
no tener límite nunca y, para colmo de males, quien la lleva a gala es alguien
que se dedica a la actividad política. Éste es el caso de la persona a la que
me voy a referir a continuación y que más de uno puede ya imaginarse. El señor
Jorge Romero, actual alcalde de Los Barrios, cuyas palabras, cuyas formas,
cuyos gestos a diario le delatan.
En
el tiempo que lleva al frente de la alcaldía de este municipio, que no es
mucho, afortunadamente para los barreños, ya ha dado múltiples muestras de cuál
es su talante y cómo las gasta. También es verdad que ya apuntó maneras durante
los ocho años que estuvo en la oposición y muchos nos dimos por avisados.
Podría
traer a colación aquí unos cuantos ejemplos acerca de esto que afirmo. El
intento de cambiar a su antojo, y por su propia cuenta y riesgo, el escudo de
la Villa, saltándose el procedimiento, o la bravuconería exhibida en medio de
la Plaza de la Iglesia ante la gente a la que pocos días después despediría
ilegalmente. Por no hablar de cómo manejó y llevó a cabo el cierre de las
empresas municipales o cómo ha chuleado y chulea a los representantes de los
trabajadores. La lista sería interminable. Y eso que no lleva en el cargo ni
dos años. Aunque con sólo reproducir cierta frase del patético y decepcionante
discurso que pronunció el día de su toma de posesión bastaría para sostener mi
tesis. Ya por entonces –seguro que habrá quien lo recuerde– dejó alguna que
otra seña de la obsesión por los cadáveres y el gusto por la carroña que
compartía con no sé qué amigo suyo de partido, aunque sólo fuera en sentido
figurado.
Pero
me van a permitir que me remita a lo último y que, como todo lo antes
mencionado, tampoco tiene desperdicio. “La Romería de este año ha sido la mejor
de toda la historia”, ha dicho el tío esta semana sin cortarse un pelo. Y, aun
así, no me sorprende que todavía, a estas alturas, haya quien le disculpe, le
defienda y le ría las gracias. Incluso en ese equipo de gobierno al que
ridiculiza y ningunea. A menos que no sea ni una cosa ni la otra pasarse por el
forro todo el organigrama municipal y dedicar una hora todos los días a inspeccionar
personalmente el trabajo de los empleados municipales, como si no hubiera
concejales delegados, ni encargados, ni responsables de departamentos.
Claro,
la Romería de este año, sí, señor, ha sido la mejor de toda la historia. Su
ilustrísima es el mejor alcalde que ha tenido este pueblo. Y yo soy el tío más
guapo y más inteligente del mundo mundial. Vamos, Míster Universo. ¡Hay que
joderse! Desde luego, yo no sé si la de este año ha sido la mejor. Lo que sí sé
es que la del año pasado a punto estuvo de ser un desastre.
Todo
el mundo conoce chispa más o menos cuál es la historia de esta celebración
festivo-religiosa y popular que emprendió su andadura allá por 1964, a
iniciativa de la Hermandad de San Isidro Labrador. Y conoce también que es Fiesta
de Interés Turístico Nacional desde el año 2007, gracias al buen hacer de la
citada entidad, de la mano de quien es su Hermano Mayor, don José Álvarez
Vázquez, y, sobre todo, al apoyo que le brindó el Ayuntamiento de Los Barrios,
siendo alcalde Alonso Rojas Ocaña, que se desvivió, por cierto, para que dicho
logro se alcanzase.
Apuesto
lo que quieran a que después de la feria nos viene con las mismas y encima nos
cuenta algo así como que le ha sacado hasta dinero. Como dice la canción, por
el mar corre la liebre y por el monte la sardina…
3 de mayo de 2013
Para ellos la Champions
Europa
ha dejado de ser Europa. Ahora puede considerarse una extensión, la periferia,
de la Gran Alemania. No la Gran Alemania con la que soñaran los pangermanistas del
XIX y mucho menos aquélla otra que hubieran querido ver triunfar los nacionalsocialistas
y sus nostálgicos. ¡Dios nos libre! Pero sí, en definitiva, una gran Alemania.
Un imperio del siglo XXI, que extiende las fronteras de su influencia hasta más
allá de los Cárpatos y los Urales por el este; hasta orillas del Mediterráneo
por el sur; hasta el Atlántico por el oeste y hasta el Báltico por el norte.
Aunque,
eso sí, un imperio económico y comercial, asentado sobre la base de lo que
pretendía ser una Unión Europea, de cuyo liderazgo se apropiaron en cuanto
consiguieron convertir el marco en el euro y éste en la moneda única, hecha a
la medida y según las necesidades de su economía. Un vasto territorio en el que
su pujante industria tecnológica y automovilística pudiera hacer negocio como
lo ha hecho, con el menor número de obstáculos y limitaciones posibles, y su
banca, campar a sus anchas, moviendo capitales con absoluta libertad y sin
apenas coste, desde los Balcanes hasta la Península Ibérica y desde ésta a la
de Escandinavia y sus alrededores, islas incluidas.
Estos
alemanes, sí, señor, nos tienen comida hasta la moral. Y ni siquiera el fútbol,
que era de las pocas vías que se nos ofrecían, nos sirve ya para desquitarnos
de las afrentas que de cuando en cuando nos infligen.
Esta
semana, sin ir más lejos, nos han dado la del pulpo. Soy madridista hasta la
médula y me llevé un alegrón cuando el Bayer le endosó cuatro el martes al
Barça. Afirmar lo contrario sería mentir como un bellaco. Así que se pueden
imaginar el fiasco que me llevé al día siguiente, el miércoles, cuando el
Borussia hizo lo propio ante los de Mourihno. Tanto que aún ando algo
convaleciente por el amago de soponcio sufrido. Ahora, sin embargo, pienso que
me haría muy feliz ver a los de Vilanova y Roura hacer la machada de meterle
cinco a los muniqueses de Heynckes y al Madrid cargarse a los de Dormund. Todo
sea para tener la final española en Wembley que nuestro orgullo patrio merece.
Ya
sé que esto suena a gilipollés por mi parte, pero, de verdad, sería una gran satisfacción
volver a ver que en algo les podemos a estos dueños de Europa y que hasta de
cuando en cuando podemos sacarles los colores.
No
es muy ortodoxo afirmar lo que voy a afirmar a continuación y va en contra de
lo que hasta ha poco he creído. Aun así, lo hago.
Cada
día estoy más convencido de que los estados del sur de este Viejo Continente,
es decir, Grecia, Chipre, Malta, Italia, España y Portugal, deberían constituir
un frente común y plantarse. Incluso tirarse un farol y amenazar con salirse
del selecto club. Mandar a tomar viento a la UE, a Merkel, a Van Rompuy, a
Durao Barroso, a Almunia, a Olli Rehn, a la Comisión y a todas sus leches. Ya
sé que puede parecer esto una irresponsabilidad. Pero, ya saben ustedes lo que
suele decirse, hay situaciones en la vida en que no queda otra que jugársela.
Para situaciones excepcionales, medidas excepcionales. Apuesto a que, en tal
caso, se bajarían del burro y dejarían de apretarnos tanto las tuercas, por la cuenta que les trae.
Como
decía el otro día, con mucha guasa, no sé quién: “para ellos la Champions y
para nosotros un respiro frente a la tiranía del déficit, los recortes y la
austeridad”.
26 de abril de 2013
Dr. Jekill y Mr. Hyde
Empieza
a desenmascararse cuál es el ideario auténtico del partido que nos gobierna y
de quienes lo dirigen. Ya sabíamos que eran de derechas. Pero lo que no
sabíamos, aunque lo sospechábamos, es que, tras sus aparentes buenos modos, su
fingida moderación, sus repetidas apelaciones al sentido común, su acusada y
radical tendencia hacia lo retrógrado y reaccionario llegara a tanto. ¿O sí?
Por
mucho que traten de ocultar la “bestia”
que llevan dentro, el subconsciente –ya se sabe– suele jugarles malas pasadas.
Es lo que le ha pasado, por ejemplo, a la señora María Dolores de Cospedal, que
desde que perdió los papeles –y no me refiero a los de Bárcenas– se nos viene
luciendo y días atrás lo ha vuelto a hacer, no tanto por lo que ha dicho como
por lo que en realidad quiso decir respecto a los impagos de hipotecas. Así
como al señor Martínez Pujalte, harto conocido por sus salidas de tono, sobre
todo cuando era presidente ZP, al hablar sobre la dación en pago. O a la señora
Fátima Báñez, ministra de Trabajo –aunque trabajar lo que se dice trabajar haya
trabajado más bien poco, según comentan las malas lenguas–, por soltar alguna
que otra lindeza del mismo estilo.
No
lo duden. Éstos, en el fondo, son de los que piensan que el pobre es pobre
porque se lo merece. Aunque, eso sí, tiene derecho a soñar igual que a vivir
mil años, como ya dijera Adam Smith. Y, por supuesto, que el rico es rico
porque se lo ha currado. Lo que no es verdad, como ustedes y yo sabemos, en un porcentaje
muy alto de los casos.
Éstos,
en definitiva, son de los que opinan también que el que no tiene trabajo es
porque no quiere. Y, cómo no, de los que defienden la no intervención del
estado en la economía, excepto cuando convenga a sus intereses, o a los
intereses de las clases a las que representan. No tanto para no reducir las
posibilidades de hacer negocio de la iniciativa privada en general, como para
ampliar las posibilidades suyas y las de sus amiguetes, en particular. Pues
ellos nunca hacen chanchullos, no, señor. Ellos lo que hacen es generar empleo
y riqueza, mire usted, y ¡bendita sea su causa!
Generar
empleo y riqueza, cumplir con su deber y respetar –¿cómo no?, ¡faltaría más! –
las consignas de la Iglesia. O, más bien, de la jerarquía, con la que mantienen
muy buen rollito, por cierto. Pues no en vano les echa un capotazo siempre que
les ha hecho falta, ya estén en la oposición, en el gobierno o en plena
campaña.
Quizá
por esto el señor Rouco Varela no se ha cortado un pelo en darles un toque de
atención respecto a temitas como la legalización del matrimonio entre personas
del mismo sexo o la ley reguladora del derecho al aborto esta misma semana,
como diciendo “¿y de lo nuestro qué?”.
Lástima
que todavía no se le haya escuchado a la Conferencia Episcopal decir ni mu
sobre el problema de los desahucios, ni tampoco sobre los recortes en sanidad o
educación, cooperación y solidaridad, tan preocupados como se muestran sus
miembros por los problemas sociales y la dignidad humana.
19 de abril de 2013
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