Un equipo del programa
se desplazó hasta el Peñón y visitó el Archivo Histórico de la ciudad
gibraltareña en el que se encuentran las actas del juicio que tuvo lugar ante
la Corte del Vicealmirantazgo británico entre diciembre de 1872
y marzo de 1873
El espacio
que presenta Iker Jiménez ofreció el pasado mes de julio un reportaje sobre la historia del Mary Celeste. El bergantín estadounidense cuya
tripulación desapareció misteriosamente en pleno Atlántico, muy cerca de las
Azores, entre noviembre y diciembre de 1872.
Pero lo más
interesante es que mostró, podría decirse que en primicia, imágenes inéditas de
los documentos conservados en el Archivo Histórico de Gibraltar relacionados
con el caso: las actas del juicio que tuvo lugar ante la Corte del
Vicealmirantazgo británico entre diciembre de 1872 y marzo de 1873.
El programa
se emitió el domingo 7 de julio, en Cuatro TV, y el sábado 13 de julio, en Energy, canales ambos del grupo Mediaset.
En dicho reportaje,
dirigido por el investigador Pablo Villarrubia, participó el periodista y
escritor barreño José A. Ortega, que en octubre de 2011 publicó “El Reino de
las Sirenas”, libro cuyo argumento gira en torno al enigma protagonizado por el
citado barco. También participó el colaborador del programa Fernando Rodríguez,
que, al igual que Ortega, es vecino de Los Barrios, así como otros conocedores
del tema.
Además, en el plató, junto a Iker, estuvo el periodista y
escritor Francisco García Novell, autor de la obra “Naufragio”, basada en el
hundimiento del barco español “Príncipe de Asturias”, que se produjo en aguas
de Brasil el 5 de marzo de 1916, y que comentó algunas de las claves en las que
se fundamenta el misterio relacionado con el bergantín americano.
El documental fue grabado en mayo. Para ello un
equipo de “Cuarto Milenio” se desplazó a la comarca y al Peñón, lugar adonde
fue trasladado el Mary Celeste tras ser encontrado a la deriva y desde donde se
llevó a cabo la investigación para intentar aclarar lo sucedido.
El misterio
La desaparición de la tripulación del Mary
Celeste, en circunstancias bastante extrañas y nunca
del todo esclarecidas, es uno de esos grandes enigmas relacionados con el mar y
la navegación marítima que ha inspirado como ningún otro la imaginación de
cineastas y escritores.
El doctor Sir Arthur Conan
Doyle, creador de Sherlock Holmes, en los inicios de su carrera literaria, por
ejemplo, ya le dedicó un opúsculo al tema, que no haría, por cierto, honor a su
nombre, participando en un concurso convocado por una revista londinense, allá
por mil ochocientos ochenta y cuatro.
Y más tarde, en 1935, la Hammer,
productora cinematográfica británica, que en la década los 60 pondría de moda
el terror gótico, también patrocinó un horrendo film, que, no obstante, hoy día
es reliquia para los cinéfilos. Una cinta protagonizada por Bela Lugosi, aquel
actor de origen húngaro que habría de hacerse famoso en la década de los 30 del
pasado siglo XX interpretando el papel de Drácula, antes de que su carrera se
fuera a pique.
Al mando del capitán Benjamin Spooner
Briggs, que viajaba junto a su esposa, su hija, de dos años de edad, y siete
marineros, el Mary Celeste zarpó desde el puerto de Nueva York rumbo a
Europa el 7 de noviembre de 1872.
Un mes más tarde, exactamente entre el 4 y
el 5 de diciembre de 1872, la nave, que transportaba en su bodega 1.701
barriles de alcohol industrial con destino a Génova (Italia), fue hallada
completamente abandonada muy cerca de las Azores por otro buque, el Dei Gratia, que capitaneaba David Reed
Morehouse, casualmente amigo personal de los Briggs.
Después de comprobar que en el Mary Celeste no había ni un alma,
Morehouse dio orden a algunos de sus hombres para que arreglasen los aparejos
de aquel velero encontrado a la deriva, que estaba en condiciones de navegar, y
lo trasladaran al puerto británico más cercano, que, dada su posición, era el
de Gibraltar.
El objetivo de dicha decisión, no exenta de
riesgos para los que la asumieron, era la recompensa por el rescate de aquel
barco encontrado: un porcentaje de su valor y el valor de su cargamento, según
lo contemplado en las leyes marítimas internacionales para sucesos de este
tipo.
Una vez puesto a buen recaudo el bergantín,
y entregado a la autoridad, el capitán Morehouse reclamó la indemnización que
le correspondía por el salvamento y como consecuencia de ello se abrió una
causa ante la Corte del Vicealmirantazgo en la plaza gibraltareña, de la que se
haría eco la prensa más importante de la época. Un proceso que más que lograr
aclarar los hechos lo que consiguió fue dar pie al nacimiento de la leyenda,
una de las más célebres, con navío fantasma o maldito de por medio.
Las teorías
Para tratar de explicar la desaparición ya
desde un principio se barajaron diversas teorías, algunas de ellas no poco
descabelladas: un posible motín de los propios marineros del
Mary Celeste; un abordaje pirata; el ataque de un kraken o pulpo gigante
–también hay quien pensó en tiburones–; una pequeña explosión en la bodega y un
escape de gas (emanaciones del alcohol etílico); un iceberg y, bueno, ya en el siglo XX no faltó quien
hasta metió de por medio a los platillos volantes y los extraterrestres o a los
descendientes de los atlantes, ya saben, los habitantes de la perdida Atlántida.
La
hipótesis más razonable es la propuesta por Charles Edey F., autor de la obra
más rigurosa y documentada que se haya escrito sobre el tema. Coincide con la
que ya planteara Oliver Cobb, primo del capitán Benjamin Spooner Briggs: que el Mary Celeste debió ser abandonado en un
momento de pánico incontrolado y que su
tripulación pudo hundirse después en el chinchorro en el que trató de ponerse a
salvo, al no lograr alcanzar tierra. Pero sin aclarar del todo cuál pudo ser la
causa real del abandono.
La teoría se sustenta en las declaraciones
ante la Corte de Gibraltar de los marineros del Dei Gratia y evidencias dadas a
conocer por estos en el momento del hallazgo, que parecían indicar una huida
precipitada de la tripulación del Mary Celeste.
Es probable que, ante la amenaza que podría
suponer un escape de gases –varios barriles se encontraron rotos y vacíos– y el
temor a una explosión, el capitán Briggs ordenara el abandono preventivo de la
nave, pensando especialmente en las vidas de su esposa y de su hija, con la idea de volver a bordo si el peligro
se disipaba. Y creen que para ello utilizaron una driza con la que amarraron el
bote salvavidas a la popa del barco, la misma driza que los tripulantes del Dei
Gratia encontraron partida y colgando.
Tanto Cobb como Edey piensan que al partirse
el cabo el chinchorro con los diez tripulantes del Mary Celeste quedó a merced
del océano y fue en algún momento engullido por las aguas.
No muy diferente a la que propuso ante la
Corte del Vicealmirantazgo Oliver Deveau, el primer oficial del Dei Gratia, que, aplicando el
sentido común, afirmó estar convencido de que la tripulación debió abandonar el
barco por creer erróneamente que este se iba a pique y así lo declaró en respuesta
a una pregunta del tribunal.
La prueba clara para inclinarse por esta
explicación, en la que se basaría Deveau, estaba en el hecho de que la barra de
sondeo fue hallada tirada sobre la cubierta como si hubiera sido usada. Aunque
lo cierto es que, cuando el bergantín fue encontrado, el agua acumulada en la
sentina no superaba el metro de altura, cosa que comprobó el propio primer
oficial del Dei Gratia nada más subir a bordo y toparse con la barra, cabe la
posibilidad de que sí hubiera superado ese nivel días antes, como consecuencia
tal vez de un fallo momentáneo en las bombas, y eso provocara la comprensible
alarma.
Hay que decir que con el paso de los años, y como
consecuencia de la repercusión mediática que tuvo, el caso del Mary Celeste se fue
viendo contaminado por la difusión de exageraciones, inexactitudes, cuando no
falsas verdades, hasta convertirse en el mito que hoy día es.
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